24 de septiembre de 2012
LTY.-
Si existe una evidencia que tendría que aparecer de manera deslumbrante
a los europeos en general y a los españoles en particular es aquella de
la total imposibilidad de la comunidad musulmana a vivir en paz al lado
de una comunidad no musulmana.
Tenemos entre nosotros un gravísimo problema, que los políticos y los
medios de comunicación casi sin exepción callan de una manera abyecta. Y
a ese problema hay que ponerle el nombre que tiene: ISLAM.
Ya no se trata de saber si se puede “arreglar las cosas”, “hacer
pedagogía”, “mejorar la educación”, “favorecer la integración”,
“entender al Otro”, “aceptar la diversidad”, “tolerar la diferencia”,
“enriquecerse con su presencia”… Que aquellos que aún creen en esas
quimeras se despierten de una vez: se trata de saber si queremos que la
ley islámica, organizada de manera natural por una población que no hace
más que perpetuar un modo de vida milenario, se convierta en la ley que
rija nuestra sociedad y controle nuestras vidas, o si por el contrario
queremos ser un país soberano de hombres y mujeres libres. Seamos
claros: la inmensa mayoría de los musulmanes presentes sobre suelo
europeo se sienten ante todo musulmanes, se identifican con sus países
de origen y no tienen interés ni voluntad de integrarse en una sociedad
de la que se sienten totalmente extranjeros, a la que además desprecian y
odian, cada día que pasa con menor disimulo.
Todos esos musulmanes a los que se ha dado la nacionalidad de algún
país europeo (y todos los que están a la espera de beneficiarse a su vez
de esa delirante y suicida generosidad nuestra) no pierden nunca la
oportunidad de reivindicar esa condición que parece otorgarles el
derecho de violentar impúnemente la sociedad que los acoge y que no
tienen otro deseo que destruir. ¿Pero qué entienden por ser ciudadanos
de Europa? Una pertenencia legal, unos papeles de identidad que les dan
un cierto número de derechos y deberes, sobre todo derechos, muchas
comodidades y no pocos privilegios, pronto un certificado de
superioridad. Ser español, francés, británico, etc, deja de tener el más
mínimo significado cultural e identitario para convertirse en una mera
apelación política legal, una formalidad administrativa. Los musulmanes
serán europeos de “papel” pero nunca pertenecerán a la civilización
europea, pues el islam es un cuerpo extraño en un organismo que lo
rechaza por incompatibilidad total.
Los que creen que el aspecto conquistador, oscurantista, totalitario y
sanguinario del islam es una novedad debida al colonialismo, a la
globalización, al imperialismo norteamericano u otras bobadas se
equivocan gravemente. El islam no ha cambiado desde hace 13 siglos, lo
que ha cambiado es el número de sus adeptos en expansión demográfica
gigantesca desde hace 50 años. La conflictividad que aportan los
musulmanes a la realidad europea (en algunos países de manera más brutal
que en otros, pero todos en vías de sufrir el mismo funesto destino),
sus inagotables reivindicaciones, sus exigencias sin freno, su voluntad
manifiesta de subvertir nuestras leyes y valores, es un comportamiento
insurreccional, es el rechazo de la población musulmana, que se sabe en
crecimiento exponencial, a someterse a la ley y a la autoridad de países
dirigidos por infieles.
Aquellos que piensan que mediante la “pedagogía” y la “educación” las
masas musulmanas se integrarán en nuestros valores ignoran simplemente
que ninguna educación es suceptible de civilizar a los musulmanes, para
quienes la única educación posible y aceptable es la que proviene de la
sharia, la que imparte la ley islámica. La única educación que influye
en los musulmanes es la que le inculca el medio familiar. Y en el islam,
donde la relación padre/hijo no es realmente autoritaria, la costumbre
prevalece sobre la autoridad paterna y la asociación horizontal entre
hermanos (varones) es la relación fundamental. El sistema es muy
igualitario, muy comunitario pero no favorece en nada el respecto de la
autoridad en general y la del Estado en particular. Es por esa razón que
todos (todos sin exepción) los Estados musulmanes del planeta son
dictaduras, por más maquilladas que se presenten a la mirada del mundo
(nadie pensará seriamente que Pakistán, Egipto, Marruecos o Turquía son
democracias, o que Buggs Bunny es un conejo parlante de verdad). Aquello
que los padres musulmanes no enseñan a sus hijos, es decir una cierta
cantidad de reglas indispensables a la vida en una comunidad humana y a
la formación de una sociedad coherente y estable, el Estado se encarga
de imponerlo mediante una represión feroz. La sociedad islámica que ha
nacido y se ha expandido por la espada no puede mantenerse y perpetuarse
más que a través de la violencia, el autoritarismo y el despotismo. No
es una teoría, es una constatación.
Esta universal realidad del mundo musulmán nos anuncia sin velo lo
que nos espera. La única manera de hacer funcionar una sociedad islámica
consiste en leyes y en un Estado liberticidas. La islamización
creciente de los países de Europa se verá acompañada de un
endurecimiento de las leyes para el conjunto de la población. Y esto por
dos razones: 1/ para adaptar la forma de gobierno al gusto y de acuerdo
a las aptitudes de los “nuevos europeos”, totalmente ineptos para vivir
en democracia y en un Estado de derecho; y 2/ porque para controlar a
una población indócil, de costumbres y comportamientos incivilizados,
refractaria al orden y al cumplimiento de la ley, sólo tiene alguna
posibilidad de éxito un Estado despótico dotado de un arsenal de medidas
represivas y carente de escrúpulos a la hora de aplicarlas. Veáse sino
cualquier país musulmán, el que sea (Pakistán, Libia, Sudán, Irán y una
cincuentena más…) Eso es a lo que vamos: para controlar o mantener en un
nivel lo más bajo posible la incivilidad y los desórdenes de unos
huéspedes levantiscos, impondremos la tiranía para todos, el garrote
universal. Con la única finalidad de prolongar la agonía un tiempo más,
pues esa época ya empezada en que veremos perder una tras otra todas
nuestras libertades tan costosamente conseguidas no será más que el
prólogo de la debacle final. Esto que está pasando ya ha ocurrido en
siglos pretéritos.
Sólo basta asomarse a los libros de historia para comprobar que los
mismos errores traen los mismos castigos, una y otra vez a lo largo de
los tiempos.
Recordemos lo que le ocurrió al Imperio Romano. En el año 212 el
emperador Caracalla otorga la ciudadanía al conjunto de los habitantes
del Imperio Romano, que en esa época era mitad europeo y mitad oriental
(África del norte, la mayor parte del Próximo y del Medio Oriente eran
territorio imperial). Roma misma estaba saturada de inmigrantes
orientales. Es a partir de esa época cuando el Imperio empieza a derivar
hacia la autocracia asoluta. Para gobernar un imperio
multicivilizacional era necesario un poder absoluto, y este tipo de
gobierno estaba plenamente en la costumbre de los orientales. Podemos
afirmar que la Europa actual, en fase de convertirse también en un
imperio, sigue ese mismo camino, no en virtud de la anexión de
territorios orientales, pero si por una inmigración sin precedentes
proveniente de esas regiones.
Estamos confrontados a la primera fase de una islamización
exponencial de la sociedad europea, es decir una islamización de
poblamiento, de colonización demográfica que prepara el terreno a la
segunda fase de este proceso: la organización metódica de esa
islamización, la toma en mano de las masas musulmanas por los imanes y
otros líderes politicos y religiosos que ya están sobre el terreno
encuadrándolas y aleccionándolas para la implantación de su proyecto
global: un proyecto teocrático basado en la voluntad de erradicar las
sociedades no musulmanas. Esa islamización tendrá lugar, con o sin
represión, con bonanza o con crisis económica, con la colaboración
activa o el rechazo pasivo de los europeos, pero este es el objetivo
declarado e irrenunciable de los nuevos invasores mahometanos.
Que todos y cada uno de nosotros se meta esto en el cráneo: todo país
que cobije una minoría significativa de musulmanes se expone a
gravísimos problemas, tanto para la seguridad interna de su país como
para su misma integridad. En palabras del antiguo presidente bosnio Alia
Itzetbegovic (considerado poco menos que una especie de Ghandi
balcánico en su momento, frente al “fascista” Milosevic en la pelicula
de “buenos y malos” que nos vendieron entonces): “No hay paz ni
coexistencia posible entre la religión islámica y las instituciones
políticas y sociales no musulmanas”. Se puede decir más alto pero no más
claro.
Mientra haya en Europa millones de musulmanes, habrá una amenaza
absolutamente mortal para nuestra sociedad, nuestros valores y
finalmente para nuestro derecho a permanecer libres en nuestra tierra.
Al final, tendremos que plantearnos una solución que por el momento es
todavía impensable para muchos, incluso para no pocos de aquellos que
hacen de la lucha contra la islamización su combate principal.
Esta solución es la repatriación hacia sus países de origen del
conjunto de las poblaciones musulmanas seguida de la prohibición de la
práctica pública del islam para los pocos que quedaran y que deberán
imperativamente probar su asimilación a la civilización europea, lo que
significa por definición el abandono de la religión musulmana. Toda
propuesta de compromiso con el islam instalado en nuestra casa y
comportándose ya como en territorio conquistado es la aceptación de la
derrota, la renuncia a la libertad, la resignación ante la muerte.
Fuente: Alerta Digital
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