LTY.- Frente a la ofensiva islámica y la deserción de nuestra
dirigencia política, España duerme y bosteza. Nada parece ser lo
suficientemente efectivo para quebrar el letargo en el que estamos
sumidos. Ni las sacudidas del asalto mahometano ni el estruendo de sus
ataques alcanzan para provocar tan siquiera un comienzo de toma de
conciencia real y desencadenar aunque sea un conato de reacción
efectiva. La amenaza en ciernes y el peligro inminente no son percibidos
como tales para una gran parte de la población que prefiere escudarse
en la ignorancia y refugiarse en el discurso oficial del “no pasa nada,
todo va bien, vivimos en el mejor de los mundos”. Lo importante es el
próximo “puente” largo para ir a la playa o al campo. ¡Ah, y la obesidad
mórbida que es un grave problema que nos debe preocupar a todos!
El cuerpo social de la sociedad española está demasiado afectado por
un cóctel de síndromes que lo incapacita para la acción: síndrome de
Munich (el retroceso en 1938 de los gobiernos inglés y francés frente a
las exigencias territoriales de Hitler), síndrome de Estocolmo (la
propensión de los secuestrados a compartir los puntos de vista de sus
secuestradores), y ahora el síndrome de Copenhague (la respuesta apocada
ante los ataques islámicos y las quejumbrosas demandas de disculpas de
algunos gobiernos europeos por las caricaturas de Mahoma). La naturaleza
de nuestros problemas es antes que nada una afección de carácter
mental, psicológico y moral. Y un déficit alarmante de testosterona, por
otra parte.
Muy pocas personas son concientes de lo que hay que hacer. No se
pueden borrar en unos meses décadas de lavado de cerebros y de machacona
propaganda. Además ningún responsable político se atreve en serio con
este tema, y por lo tanto tampoco nadie ha preparado nada para el
conflicto que viene. Del lado de los medios de comunicación, la
manipulación es total, mentiras, tergiversaciones, ocultamientos: una
campaña de desinformación completa que busca ocultar la realidad y
desarmarnos frente al enemigo. La defensa de nuestros intereses
superiores, nuestra política doméstica y externa puesta al servicio del
bien común, sólo se podrá llevar a cabo por la presión de los
acontecimientos y cuando estemos de rodillas y con el agua al cuello.
Nuestra ceguera y nuestra imprevisión nos costarán rios de sangre y
lágrimas antes de muy poco. Llevados al borde del abismo por nuestra
locura de querer violentar las leyes sociales y naturales que rigen el
bien vivir de las sociedades humanas, y colocados ante el espanto de ese
vertigo anunciado, daremos en ese instante supremo palos de ciego y
manotazos de ahogado. Vienen años difíciles. Corremos al desastre y
pareciera que ya nada que se pueda decir o hacer inducirá a nuestros
gobernantes a rectificar y hacer marcha atrás por el camino equivocado
en el que nos han internado sin nunca pedirnos nuestra opinión y menos
nuestro consentimiento. Llevamos demasiados años tirando piedras a
nuestro propio tejado y este amenaza ahora con venirse abajo. Hace
tiempo que el país hubiera debido reaccionar, pero está claro que sólo
lo hará cuanto esté a punto de asfixiarse. Vamos hacia una catástrofe de
dimensiones trágicas y de consecuencias irreversibles. Una formidable
inversión de roles y de valores se ha impuesto entre el entusiasmo
cretino de unos y la apatía bovina de los más. Toda una sociedad camina
hacia su perdición cantando himnos de alegría y emitiendo partes de
victoria. Algunas veces los pueblos se apagan en una agonía que gustan
como un descanso dulce y agradable; otras veces perecen en medio de
fiestas, ebrios de orgullo y creyéndose inmortales. Caemos del lado del
que nos inclinamos: esa es la ley.
Seguimos en España sin (querer) entender el verdadero alcance del
desafío planteado por el islamismo contra nuestra seguridad, nuestra
identidad, nuestra misma continuidad , que no está nada garantizada de
aquí a poco menos de un par de décadas, de seguir así. El resto de
Europa, con pocas diferencias, padece de los mismos males que nos
aquejan, aunque ahí algunos movimientos de resistencia ya se han
iniciado.
La excusa de Iraq, o de Afganistán, Palestina, Kosovo, Chechenia,
Libano, tal vez mañana Irán o Siria, no explica el islamismo como
reacción a la “agresión occidental”, ni las accciones del terrorismo
islámico como los desesperados golpes del débil contra los abusos del
poderoso. El islam está en guerra contra Occidente (y no sólo contra
Occidente: también Rusia, la India, Filipinas, Tailandia, etc…), y esta
guerra, declarada o no pero real y verdadera, tiene lugar en diferentes
escenarios y con distintas intensidades, con un único objetivo: el
dominio islámico universal, la sumisión de la humanidad a la voluntad de
Alá, la implantación de la sharia sobre la totalidad del orbe
terráqueo, el califato mundial para todos y para siempre.
Existe en Europa, por ceguera y cobardía, una voluntad de negar la
llegada inminente de un conflicto abierto en suelo europeo y de imponer
la consigna de seguir cantando, contra viento y marea, las maravillas y
perfecciones de un nuevo orden mundial fundado sobre la justicia y la
paz. Y esto explica el que la percepción fomentada por los medios de
comunicación opuestos ideológicamente a “la guerra” (a la realidad de un
conflicto en marcha) ha marcado los espíritus y contaminado las
inteligencias. Pero estamos ya cerca del fin de las ilusiones , la
realidad no se puede falsear eternamente, la verdad se impone de un
momento a otro y las “sorpresas” por venir en los próximos tiempos
forzarán la evolución de las percepciones hacia una situación de
beligerancia.
Es decir, cuando aumente dramáticamente la frecuencia de los
atentados (que es una hipótisis razonable), cuando barrios enteros sean
declarados “territorios liberados” del islam, cuando estalle una
intifada a la medida de un continente, cuando la bandera verde de la
media luna ondee sobre ciudades sometidas a la sharia y gobernadas por
consejos de “Barbas Blancas” y el control de regiones enteras le sea
disputado por milicias armadas al poder legalmente constituido, habrá
que rendirse a la evidencia y abandonar definitivamente la inocencia
angelical o el cinismo endurecido que caracterizan a los gobernantes
europeos casi sin excepción.
Antes de llegar a esos extremos asistiremos, día tras día, a una
cesión contínua ante las exigencias primero, las presiones después y el
chantaje y las amenazas al final, de la “comunidad musulmana” invasora,
que tiempo hace que nos ha “tomado la temperatura”, y a un retroceso
constante y repetido en todos los terrenos de nuestra cultura, nuestra
democracia, nuestra libertad y nuestros derechos en nuestra propia
tierra.
Las ambiciones y las exigencias de los islamistas se oponen tanto a
nuestro modo de vida como a nuestra proyección cultural. No se puede
seguir creyendo que los atentados de Madrid o de Londres son únicamente
la consecuencia de una decisión de los gobiernos de los países apuntados
(su intervención en la guerra de Irak u en otros escenarios), y no las
acciones de un enemigo irreductible que no parará en su combate hasta
alcanzar sus objetivos o sea aniquilado. Habrá más ataques, sin duda más
mortiferos que los ya sufridos, que golpearán a los países que tengan
la desgracia de bajar la guardia. Pero llegará el día en que esas
agresiones harán bascular a la opinión pública y que esta llegue a pedir
la guerra hasta ese momento negada.
Estos ataques más mortiferos no se han producido aún gracias al
trabajo de los servicios de inteligencia europeos. En los últimos años
decenas de atentados han sido malogrados a tiempo en todo el territorio
de la UE y centenares, si no miles de criminales y sospechosos han sido
detenidos. Pero esta función meramente defensiva no puede hacer otra
cosa que retrasar lo inevitable, y no puede modificar la dinámica del
conflicto en curso. El desmantelar unas cuantas células terroristas al
año en toda Europa no cambia sustancialmente nada al fondo de la
cuestión. Hay unos 20 millones de musulmanes en Europa, o más, cada día
más concientes de su fuerza y crecientemente hostiles y agresivos contra
Occidente, y esta ingente masa humana es una inagotable reserva de
militantes y combatiente para ese ejército de Alá que está acogido a
nuestra insensata y suicida hospitalidad.
La única respuesta posible a la ofensiva en marcha consiste en
reaccionar a otro nivel. Los corazones, las almas y los espíritus forman
el terreno clave de toda la lucha por venir, pues los medios materiales
(económicos, tecnológicos, científicos, militares, etc…) están
disponibles y sobran para oponerse al desafío y derrotar al enemigo.
Animada con una voluntad firme y una determinación clara, la sociedad
occidental, equipada con todo un arsenal de medios diversos en su poder,
puede aniquilar cualquier oposición a su voluntad de prevalecer. Para
eso debemos admitir el peligro y estar dispuestos a plantarle cara sin
vacilamientos ni remordimientos. Pero debemos asimismo saber que toda
acción en ese sentido será larga y costosa, sin obligación de resultados
inmediatos, y que la lucha se dará en diferentes niveles a la vez:
materiales (economía, demografía) e inmateriales (identidades, ideas).
Hay que informar al cuerpo social del peligro sobre nuestras cabezas,
del conflicto de nuestra época. El primer esfuerzo es hoy el de la
información. Hay que exponer claramente a la opinión pública que el
enemigo es la barbarie, es decir la ley y las prácticas del islam. No
hay que caer en el error, y la trampa que el enemigo y sus colaboradores
intentan tendernos, de diferenciar entre el islam y el islamismo (que
es tanto como diferenciar entre el alcohol y el alcoholismo). No hay
islam moderado, como tampoco hay barbarie moderada o extremismo
moderado.
El público en general ignora casi todo del islam. No es necesario
someter el estudio del islam como una materia obligada a la ciudadanía,
pero esta debe saber imperativamente que las leyes que autorizan los
castigos corporales y las ejecuciones en plaza pública, la segregación
religiosa y sexual, la esclavitud y la tolerancia hacia las mutilaciones
genitales, entre otras cuestiones, en los países musulmanes, son
prácticas conformes a la religión islámica. El islam es eso, el islam
diario, la guía de cientos de millones de seguidores del Corán, no sólo
el islam de Bin Laden y sus secuaces, no únicamente las creencias de un
puñado de fanáticos e iluminados que andan por unos lejanos pedregales y
duermen en cuevas. Si la gente entiende esto, entonces habremos
identificado al enemigo y se podrá avanzar para combatirlo y vencerlo.
Para conocer el islam, para liberarse de la visión edulcorada y falsa
que se nos quiere imponer, basta asomarse al Corán y a otros relatos
islámicos, examinar los textos, las leyes y la historia con espíritu
racional y objetivo. Todo eso es mediocre, malo, verdaderamente
inferior, absolutamente insuficiente, hasta en la forma. No hay nada
divino en el islam, nada que pueda elevar el espíritu ni ennoblecer al
hombre, nada suceptible de llevarlo hacia una ética superior, ni tan
siquiera ofrece un soplo de esperanza ni un consuelo ante el sufrimiento
humano. El Corán es un código legal y un reglamento moral repugnante y
odioso: el libro de estilo del buen sicópata. Cualquiera puede darse
cuenta de eso con sólo unos días de lectura atenta en un marco adecuado.
Hay que contener o vencer a los fanáticos, a la barbarie que acampa
sus ejércitos a los pies de nuestras murallas y a los infiltrados que ya
actúan dentro de nuestras fronteras complotando para abrirle las
puertas a sus correligionarios cuando se desencadenen las hostilidades a
gran escala. El islam plantea un desafío total a la civilización
occidental, al mundo moderno, a nuestros valores, a nuestra cultura.
Pero también puede ser la panacea necesaria para abordar los grandes
problemas civilizacionales de nuestro tiempo. El islamismo, más allá del
horror que lleva consigo y de los riesgos mayores que genera, es una
oportunidad ofrecida a los europeos para que tomen su porvenir en sus
manos y resuelvan sus principales conflictos de motivación, se doten de
una identidad y unas metas comunes, y construyan su reconciliación y
unidad. De esta manera, esta desgracia actual, la calamidad islámica,
habrá servido a algo bueno.
Fuente: Alerta Digital
Comentario
El mensaje del artículo es claro e inequívoco, y aunque muchos traten al autor de racista o xenófobo no es por ello menos cierto. Negar la realidad no hace que esta desaparezca, y por mucho que creamos (o que nos hagan creer desde los medios de comunicación, gobierno, etcétera) que el Islam y la inmigración musulmana no representan un problema para la Civilización Occidental, no va a hacer que sea verdad. Sólo hace falta echar un vistazo a lo que pasa realmente en los países donde la población musulmana empieza a ser considerable para darse cuenta de ello.
Hace apenas setenta años el mundo se enfrentaba al problema del Nazismo y negarse a aceptarlo no creo que hubiera servido de nada para detenerlo. Seguro que habría muchos miles de nazis moderados, que se vieron arrastrados a la guerra y a la destrucción de su país, que se opondrían a los campos de exterminio o a la masacre de los pueblos no arios, pero ello no hace que el Nazismo sea por ello una ideología menos fascista y totalitaria.
Asimismo, que puedan existir musulmanes moderados no implica que el Islam sea por ello menos fascista o totalitario que el Nazismo o el Comunismo.
De hecho está documentada la admiración mutua entre el Islam y el Nazismo en la Segunda Guerra Mundial. En 1941, Mohammad Amin al-Husseini, el gran mufti de Jerusalem, quien lideró varios progromos antisemitas en Oriente Medio en los años 20 y 30, visitó a Hitler y a Himmler en Berlin. Adolf Eichmann, el capataz del Holocausto judío, le condujo en una visita privada por el campo de concentración de Auschwitz y le enseñó las cámaras de gas. En el juicio de Nüremberg, después de la guerra, Dieter Wisliceny, el ayudante de Eichmann reveló: "El mufti fue uno de los iniciadores de la exterminación sistemática de judíos en Europa y había sido colaborador y consejero de Eichmann y Himmler en la ejecución de este plan. El era uno de los mejores amigos de Eichmann y le había incitado constantemente a acelerar las medidas de exterminio".
Heinrich Himmler, el lider de las SS, también sentía simpatía hacia el Islam y Mahoma, y afirmaba respecto a la Jihad:
"Este es el tipo de mensaje que un soldado entiende. Cuando él cree que será recompensado de esta manera después de la muerte, estará deseando dar su vida, estará entusiasmado por ir a la batalla y no temerá a la muerte. Puedes llamar a esto primitivo y puedes reirte de ello, pero está basado en un conocimiento más profundo. Una religión debe hablar un lenguaje humano".
Himmler tenía razón con respecto al Islam, habla un lenguaje muy humano, demasiado humano y para nada divino. El Islam desata las pasiones más humanas, violentas e irracionales como el odio, el asesinato, las violaciones, los crímenes de honor, los atentados terroristas, la delincuencia, el creerse una raza superior (como los nazis), tener la obligación de subyugar y esclavizar a los infieles, etcétera, etcétera.
Como afirma Armin
Geus, Profesor Emérito de Historia de la Medicina en la Universidad de
Marburg, en su libro "La enfermedad del profeta", el Enviado de Alá
padecía una esquizofrenia paranoide de carácter alucinatorio, lo que
explicaría sus desvaríos, delirios y extravagancias. O eso, o era un tipo extremadamente listo, que se fabricó una "religión" a medida que satisfaciera sus más bajos instintos psicópatas y sociópatas. Cuantas veces hemos escuchado noticias de personas que han asesinado a otras porque una voz en su interior les incitaba a hacerlo. Y no por ello creemos que haya nada divino o demoníaco en su conducta, sino que sabemos que era debido a algún tipo de enfermedad mental o lesión cerebral.
En este sentido, Adolf Hitler fracasó al escribir su libro "Mein Kampf" (Mi lucha). Si hubiera dicho que dicho libro fue inspirado por dios, hubiera legitimado su lucha y hubiera adquirido un caracter divino, que le permitiría fundar no sólo un partido político sino una religión en sí misma. ¿Sería por ello menos fascista el Nazismo? ¿Sería menos pernicioso o abominable? Evidentemente no. Pero en su tiempo, dudo mucho que sus compatriotas alemanes hubieran creido en la veracidad de tales afirmaciones y simplemente le hubieran tomado por loco.
Que el Islam se remonte unos catorce siglos en la historia, que haya sido "supuestamente" inspirado por un dios, no le legitimiza por ello a cometer las atrocidades que realizan sus fieles. Si Hitler hubiera sido inspirado por dios, si hubiera conquistado Europa y hubiera establecido su Reich de mil años, si el Nazismo fuera hoy día y dentro de mil años una religión similar al Islam, con su fanatismo, su odio por la libertad, por la democracia, que incitara al odio, que asesinara, que esclavizara, ¿estaría por ello más legitimado? ¿Somos realmente imbéciles los occidentales para creernos estas patrañas?
A Occidente nos ha costado casi 20 siglos librarnos de la opresión religiosa en nuestros países, en los que la laicidad del estado es prácticamente una realidad. Hemos sufrido el oscurantismo de la Edad Media, los abusos del Santo Oficio, es decir, la Inquisición, y por fin parecía que el racionalismo heredado de los griegos se imponía en las sociedades modernas y democráticas. A la luz de la razón, la población europea y occidental en general había empezado a hacer una vida más centrada en el hombre, relegando a la religión a una esfera personal. Ya hemos visto por toda Europa que ello ha supuesto una reducción en el número de fieles cristianos, llevando aparejado consigo incluso el cierre de algunas iglesias. Cada vez hay menos practicantes de la fe Católica. Y ello hace que -con nuestra mal entendida visión de la multiculturalidad y de la alianza entre civilizaciones- entremos en un relativismo religioso en el que toda religión es considerada como igual, pero ya sabemos que eso no es así. Aunque se hayan producido muchas atrocidades en nombre del Cristianismo, Jesús ni practicaba ni incitaba a la violencia sino al amor y al perdón. Cosa que Mahoma, por el contrario sí que lo hacía y que está reflejado en el Corán y en los Hadices. Es muy diferente hacer una cosa movido por intereses personales a hacerlo en nombre de un dios que te obliga a ello y te lo impone como objetivo para tu salvación.
¡Libertad vete al infierno!
Al menos el Cristianismo nos sirvió como elemento de unión para hacer frente a la invasión musulmana sufrida en Europa desde la Edad Media. En España lo sabemos muy bien, ya que tuvimos que combatir contra los moros casi 8 siglos para poder recobrar nuestra libertad, nuestra identidad y nuestra civilización. Oriente siempre ha querido invadir Occidente, desde la antigüedad con Darío y Jerjes, detenidos por los griegos, hasta las tropas musulmanas que invadieron España, que lucharon contra Charles Martell en Tours, en Bizancio contra los turcos (que sucumbió en 1453), en Lepanto, en Viena el 11 de septiembre (¿os suena la fecha? La de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York) de 1683...
Pero se han dado cuenta de que es mejor no emplear las armas sino utilizar la colonización masiva por parte de inmigrantes musulmanes, que realicen una sustitución demográfica en Europa, para acabar definitivamente con la democracia, la libertad y con los infieles occidentales e imponernos la Sharia o Ley Islámica, sometiéndonos al Islam.
¡Democracia vete al infierno!
Sus líderes dicen abiertamente que el Islam se opone frontalmente a la democracia y a la libertad, que son totalmente opuestos a cualquier ley humana y por tanto imperfecta, y nosotros no les hacemos caso. Pues bien, como afirma también el artículo de Alerta Digital, la única manera de detener a una turba de fanáticos violentos y encolerizados, que pretenden acabar con nuestra libertad y nuestra identidad y que están dispuestos a matar y morir en nombre de su dios con la esperanza de alcanzar el paraiso en la otra vida, no es otra que la de la fuerza, que antes o temprano nos veremos obligados a emplear si queremos sobrevivir como hombres libres y mantener nuestros valores, nuestros principios y nuestra civilización. No es una cuestión de racismo sino de mera supervivencia.
Si seguimos como hasta ahora serán unas pocas décadas de vida lo que le quedará a la Civilización Occidental. Algunos de nosotros tal vez no lo veamos, pero serán nuestros hijos y los hijos de estos los que tengan que sufrir las consecuencias.
¡El Islam dominará el mundo! ¡la Libertad puede irse al infierno!
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