15 de septiembre de 2012
BD.-
Los atentados de Madrid en 2004 y los de Londres en 2005 han hundido en
el estupor y el miedo al sistema mundialista y antirracista que reina
en Europa. Nos hemos despertado bruscamente a la violenta realidad de un
mundo que “no hace favores” ni tiene compasión con la bobalicona
blandenguería de los europeos de hoy, más preocupados de problemas de
digestión que del futuro de su civilización.
Más allá de las declaraciones de circunstancia acerca del “horror de
los atentados”, los bienpensantes sólo tienen una cosa en mente en estos
casos: desencadenar la gran maquinaria mediática para explicar a los
europeos que los atentados del terrorismo islámico son obra de algunas
docenas de perturbados que no han leído bien el Corán, y que las células
integristas que se desmantelan casi a diario en cualquier ciudad
europea no son representativas de esos buenos musulmanes que nos honran
con su presencia y enriquecen con sus valores a nuestra decadente
sociedad.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Haciéndole la guerra santa a
Europa (y a Occidente en general, e incluso a otras comarcas del
planeta), los terroristas islámicos aplican al pie de la letra una
lectura del Corán que fue la de las tribus seguidoras de Mahoma, y
después la de las hordas que se arrojaron en tropel en la baja Edad
Media sobre España, Francia e Italia, y más tarde la de los ejércitos
del Gran Turco que asaltaron Bizancio, sojuzgaron los Balcanes y Grecia,
y sitiaron a Viena.
Esta guerra le es hecha a todos los europeos en nombre del islam. Y
eso desde el interior mismo de nuestra casa insensatamente acogedora
para sus enemigos declarados. Es llamativo que cuando se detiene a unos
musulmanes en operaciones contra el terror, casi nunca se trata de locos
con turbante, la barba llena de piojos, que viven en sótanos, pero en
cambio se trata muchas veces de inmigrantes bien vestidos, “integrados”,
a menudo con estudios superiores y con un estándar de vida que muchos
europeos ni siquiera se atreveren a soñar para ellos mismos, y en no
pocas ocasiones en posesión de la nacionalidad de algún país europeo que
ha cometido la insensatez de darles una cartulina plastificada.
El problema no consiste en que se hayan instalado en Europa unos
pacíficos devotos de Mahoma, sino que en nuestro continente acampan
millones de musulmanes que odian a los europeos y a su civilización.
¿Podemos pretender acaso que esas multitudes de musulmanes hostiles no
existen? ¿Alguien puede hacernos creer que se trata de falsos
musulmanes? ¿Constituye tal vez su presencia entre nosotros una fuente
inagotable de beneficios y bendiciones para Europa? ¿Pensamos por
casualidad que los integristas que sueñan con pasar a cuchillo a los
europeos que no se conviertan a la verdadera fe del Profeta son
únicamente un puñado de ovejas negras repudiadas por la inmensa mayoría
de la población musulmana deseosa de integrase en Occidente y de adoptar
sus valores?
El islam es fuerte en Europa porque los gobiernos europeos, algunos
desde hace más tiempo que otros, han hecho y siguen haciendo todo lo
posible para debilitar en el espíritu de los europeos el sentimiento de
pertenencia a una comunidad europea blanca, que hunde sus raíces
religiosas y morales en la historia cristiana, y que se apoya sobre la
base cultural de miles de años de civilización europea, básicamente
grecorromana.
El islam es fuerte porque los dirigentes europeos han puesto en
marcha una propaganda única en la historia de la humanidad para crear en
los europeos un sentimiento permanente de culpabilidad, un odio de su
propia identidad que algunos llaman etnomasoquismo, una verdadera
enfermedad mental colectiva que nos está llevando a un suicidio masivo.
La amenaza que pesa hoy sobre Europa es grave. La presencia del islam
en Europa es reveladora de nuestra decadencia. Las décadas futuras
serán duras. Los pueblos europeos, pueblos hoy arrodillados, rebaños
dóciles prometidos al matadero, prefieren la sumisión a sus verdugos
antes que el esfuerzo de la lucha. Entre el deshonor y la guerra, eligen
el deshonor, y tendrán la guerra. Y de propina, el deshonor.
Fuente: Alerta Digital
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